
Los que seáis habituales del Sur, quizás las conozcáis: la imagen de estas barcas en la orilla de la playa entre las ruinas de Bolonia y Punta Paloma, en Tarifa. He paseado algunas veces por este sitio maravilloso y siempre me ha inquietado la presencia de estas embarcaciones, tan blancas, no se necesita más que una simple tinta negra para reflejar la realidad dura e injusta que las ha traído hasta aquí. Viendo esas figuras esqueléticas, tan significativas, me imagino tantas cosas... ¿quiénes serían los ocupantes de esta barca? ¿en qué estarían pensando cuando venían? ¿de quién se acordarían?
Cuando hablamos de inmigración, parece como si los que emigrásemos fuéramos de otro mundo, un universo paralelo muy lejano que dificilmente conoceremos. ¿Cuántos de nosotros permanecemos en nuestro lugar de origen toda la vida? ¿cuántos no tenemos inquietudes de conocer otros lugares o probar suerte más allá de nuestras fronteras? Las posibilidades de movilidad de la que gozamos los europeos, es un bien tan preciado.... que no dejo de repetirme la suerte que he tenido de nacer a este lado de la orilla. Si no hubiera sido así, si mi madre me hubiera parido a 14 kilometros más al Sur, no sería la misma persona y probablemente me hubiera hundido en la miseria y en la frustración si no hubiese podido viajar y conocer lo que he viajado y conocido y lo que todavía me queda. Me pregunto, ¿me hubiese tirado al mar? ¿me hubiera arriesgado a cruzar este estrecho? La verdad es que creo que sí, y si así hubiese sido, ¿podría haber sido yo una de las ocupantes de esta barca llena de sueños, de esperanzas, de proyectos? ¿cuál hubiera sido el final del viaje?
Creo que es importante hacerse consciente de lo real que es la situación que vemos y vivimos, ¿hasta que punto no ha sido pura casualidad que no seamos nosotros los que, desesperados por las limitaciones que nos imponen otros, nos jugamos todo lo que tenemos, nuestra propia vida, en búsqueda de una alternativa, una salida que nos aliente de algún modo?